La memoria y los peces
Los peces no tienen memoria. Sus cerebros son tan minúsculos que necesitan prácticamente toda su masa para el simple ejercicio de sus simples funciones vitales.
Dicen que dos peces en una pecera se saludan siempre como extraños al pasar.
-Buenos días señor pez, encantado de conocerle, ¿vive usted por aquí?.
-Sí, señor, vivo a la vuelta de esa planta. Venga usted a visitarme cuando quiera.
Esta falta de memoria hace que cada palabra pensada y articulada se niegue a sí misma como un algoritmo inútil. Esta invitación no es una invitación porque el anfitrión nunca recordará haberla pronunciado. Tampoco el huésped recordará que ese pez único que ve pasar a cada segundo a su lado, una vez, le ofreció su casa. La amabilidad es sólo un instante. La amistad es sólo un imposible.
Sin embargo, hay algo mágico en esta carencia: la de creer que una pecera es un universo. El pez y el hombre miran su espacio y les parece infinito. Tal vez el hombre no es más que una hormiga en el terrario de Otro.
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